"Noche de tormenta"

martes, 13 de mayo de 2014

AndreaK

El camino a través del bosque esta flanqueado por árboles que crean un túnel natural en el que pequeñas claraboyas entre las ramas, permiten ver que en el cielo no queda una sola estrella que guíe su camino, la tormenta es inminente la llovizna ya ha empapado sus vestimentas y el frío comienza a punzar su cuerpo. Debe de encontrar un refugio seguro.
En ese momento un rayo cruza el cielo, deslumbrando a todas las criaturas de la noche que quedan enmudecidas por el trueno, durante un segundo el silencio más absoluto invade el bosque, un gran ronquido humano rompe el silencio devolviendo la cotidianidad a las criaturas del bosque.
Entre dos árboles una pequeña senda casi imperceptible y laberíntica lleva a una torre de piedra cubierta en parte por la maleza, a los pies de la torre un pequeño cobertizo desvencijado cobija a un guarda orondo completamente borracho, que ronca como un oso,  todavía sosteniendo la jarra de hidromiel en sus manos.
En la parte alta de la torre se intuyen dos pequeñas ventanas y un balcón, en el cual se advierte luz en el interior. Tras comprobar de nuevo que el guarda estaba en inconsciencia etílica, se acerca a la puerta, la empuja y, sorprendentemente, está abierta. Los peldaños de las escaleras de piedra son muy altos, desenfunda su espada y la utiliza como punto de apoyo para el ascenso. Otro relámpago declara iniciada la tormenta, un chubasco hace repiquetear la puerta.
En lo alto de la torre una joven doncella, entristecida por el tedio de la rutina, sueña con poder salir algún día de aquella torre.
Acerca su bañera de latón al fuego donde el agua se calienta, minuciosamente cubre la bañera con un lienzo, para proteger su delicado cuerpo del recio metal y vierte agua caliente en su interior, el vapor empaña los cristales y cubre la estancia de una suave neblina. Junto al espejo de pie hay un biombo que cubre de toallas elaborando una pequeña tienda, a sus pies un brasero mantendrá la toallas calientes (evitando que el espejo se empañe).
Mientras vertía el último cántaro de agua en la bañera, el estruendo de un trueno la sobresaltó y derramó un poco de agua a sus pies, posó el cántaro en una de las columnas de la chimenea.
En ese momento irrumpió en la estancia el caballero, asustada, dio un paso hacia atrás y se cubrió el cuerpo con sus manos, el camisón de baño que vestía era de algodón blanco muy fino casi trasparente y holgado, dejaba pasar la luz de la lumbre marcando sinuosa su silueta. El shock de ver por primera vez a un hombre le impedía hablar. El caballero se disculpó velozmente y le dio la espalda para transmitirle más privacidad y respeto.
- Doncella siento interrumpir en su morada pero la tormenta es fuerte y no he encontrado en este inhóspito bosque otro lugar donde cobijarme, le ruego encarecidamente no su se alarme nada malo le haré, mi código de honor es proteger, no atacar. Solo deseo y le ruego que deje que seque mis vestimentas a la lumbre y me iré en cuanto la tormenta arrecie. No deseo turbarla más de lo necesario. Le ruego continúe con sus quehaceres, yo no la distraeré.
Aunque debo advertirla que el guarda que custodia su morada está tan ebrio que no podrá protegerla de ningún maleante en la siguientes horas.
¿Me concede su permiso para que me quede?
Consiguió reunir un poco de valor y sobreponerse del shock para decir.
- De acuerdo.
El caballero se acercó a la pequeña tienda de paños calientes donde había una silla. Dejó su espada junto a ella en el suelo. Colocó tu capa sobre el biombo evitando mirar a la doncella, que continua impertérrita entre el hogar y la bañera de pie. Para tranquilizarla le dijo:
- Estoy desarmando y completamente helado, nada le haré, le ruego no me tema.
Reuniendo un valor inusitado en ella, espetó rápidamente por miedo a titubear y mostrar debilidad:
- Puede coger uno de los paños calientes  ue tiene a su derecha para secarse, no le temo, el guarda de la puerta no es el único que me protege (una mentira intimidatoria) ¿Qué hace usted por estas tierras?
- Gracias excelencia.
El caballero se despojó de su pesada cota de maya, su jubón estaba totalmente empapado y pegado a su cuerpo dio un paso, tomó uno de los paños y se secó el rostro frente al espejo, entonces, se percató de que podía ver el reflejo de la doncella en él. Avergonzado por su acto tan poco respetuoso, retiró la mirada, pero en ese instante escucho como ella zambullía sus pies en el agua, volvió a alzar la mirada hacia el espejo y vio como también lo miraba, era una pudorosa aprobación. Lentamente se sumergió en la bañera, sin dejar de observar al caballero, que  comenzó a deshacer los lazos del jubón, uno a uno, dejando al descubierto el bello de su torso. Una cicatriz aún reciente surcaba su hombro.
El caballero clavo su mirada en el espejo, ella había acomodado su cabeza en el borde de la bañera y observaba las lenguas de fuego de la hoguera. De repente, un gran relámpago iluminó todos los rincones de penumbra de la estancia. Seguidamente, el ruidoso trueno que alteró la paz del momento. La doncella se sobresaltó, una ola de agua de la bañera se derramó y apagó parte de las brasas del hogar.
Su corazón latía veloz, su respiración se aceleró, tenía miedo, recobró la razón de la insensatez de sus actos. El caballero corrió a azuzar el fuego para intentar que no se apagara. Después, tomó uno de los paños calientes, lo posó sobre los hombros de la doncella y se situó a los pies de la bañera, apenas quedaban dos palmos de agua dentro. El camisón de baño, húmedo, se ceñía a su cuerpo como una segunda piel y dejaba intuir cada uno de sus lunares, que formaban pequeñas constelaciones en el firmamento de su piel; sus pequeños pechos habían sido sazonados en sus cumbres con azúcar moreno, los ojos del caballero los observaban golosos, su ombligo marcaba el nivel de agua, sus rodillas era dos grandes islas que vibraban emitiendo pequeñas olas.
El caballero atisbó en su miraba timidez y curiosidad, extendió su mano para acariciar el rostro de la doncella y apartar un mechón de pelo que atravesaba sus labios. Se acercó más a ella y le colocó el largo cabello tras los hombros.

Ella no salía de su asombro, hipnotizada no podía apartar la vista de él, en el bello de su torso donde dos gotas de agua traviesas jugaban a esconderse, sus brazos fuertes, sus grandes manos que apartaban delicadamente su cabello, su respiración caliente y tranquila; su mirada que la acariciaba sin tocarla.
Apartó el último mechón de su cabello que cubría su pecho, lo coloco tras su hombro. Acarició su mejilla y la miró, por unos segundos. Luego besó su frente ligeramente, después besó la punta de su nariz y, a continuación, sus labios. Estaban calientes y sedosos. Al mismo tiempo que la besaba, sujetaba su cabeza con una mano, la otra fue a parar bajo su costado derecho, a pocos centímetros de su pecho, lo que provocó que sintiera como sus pezones se endurecían, parecían querer llamar la atención de caballero para ser los siguientes en ser besados.
El beso terminó y la razón volvió a la mente de la doncella que, avergonzada, se sonrojó. El caballero la miró con dulzura y le pellizcó la nariz, a lo que ella respondió con una tímida sonrisa. Mientras la mano del caballero que sujetaba la cabeza de la doncella descendía hasta la cintura de ésta, bajo a su cadera, entrando en el agua, continuó el recorrido de su silueta emergiendo del agua nuevamente hasta detenerse en la isla de su rodilla. Volvió a descender lentamente por la cara interior del muslo. Ella ignoraba lo que pasaba pero la sensación era tan tentadoramente agradable que no podía hacerle parar.
La gran mano izquierda del caballero ascendió y escondió su pecho en ella. La abrió levemente y, entre sus dedos, asomó un dulce pezón. El caballero acercó su boca y suavemente lo lamió comprobando que su sabor era más dulce de lo que se imaginaba.
La otra mano continuaba el descenso de la cara interior del muslo, donde descubrió una cueva jamás explorada; se adentró en ella y la conquistó.
De nuevo, un trueno rasgó la cotidianeidad de la noche, pero en este caso la doncella no se sobresaltó, no se percató del relámpago ni del estruendo del trueno, la fruición la había elevado a otro plano donde el placer la llenaba, la envolvía, la protegía…



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